Nuestra apuesta por la construcción de una cultura de paz parte de un análisis comprensivo de los distintos modos en los que opera la violencia. Estamos convencidas de que la violencia es mucho más profunda que esos acontecimientos concretos y aparentemente aislados que se nos presentan de forma inmediata. La configuración de nuestra sociedad y sus respectivas expresiones culturales son, también, espacios en donde se juega la producción y reproducción de relaciones sociales violentas. La violencia directa es solamente la punta del iceberg.
Justo por eso, consideramos que concebir la paz simplemente como la ausencia de guerra es una aproximación tanto equivocada, como insuficiente. La construcción de paz, para nosotras, implica apuntar a la transformación profunda de las situaciones de violencia, no sólo a la contención de sus expresiones directas. De lo que se trata es de identificar, denunciar y modificar las violencias profundas que imperan en nuestros contextos concretos de vida. La paz se construye, en ese sentido, en la cotidianidad de nuestras interacciones sociales. Es de ahí de donde viene la relevancia de impulsar investigaciones detalladas sobre espacios sociales específicos y de diseñar e implementar intervenciones educativas con enfoques comunitarios.
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Además, creemos que la paz es también una forma de plantarse políticamente frente a la violencia. Construir una cultura de paz significa aprender a desobedecer. La resistencia, para nosotras, acarrea un claro imperativo: la desobediencia debida a cualquier orden inhumana. La planeación y ejecución de acciones directas que hagan frente a las diversas expresiones de violencia resulta, por eso, un paso fundamental en el camino de la paz.
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Una cultura de paz es una cultura de co-operación, una cultura de ​compromisos y trabajo comunitario. Es, en suma, una cultura realmente colectiva.
¿QUÉ SIGNIFICA CONSTRUIR UNA CULTURA DE PAZ?

VIOLENCIA
Uno de los puntos fundamentales para avanzar en la construcción de una cultura de paz es el análisis de cómo opera y se presenta la violencia. Es por eso que para nosotras es sumamente importante profundizar, a partir de investigaciones rigurosas y reflexiones colectivas, en la comprensión de los contextos sociales concretos de violencia. Esa manera de abordar el problema nos ha permitido situar acontecimientos violentos específicos en el contexto más amplio de las relaciones sociales y el aparato cultural que los produce, propaga y legitima.
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El triángulo de la violencia es una herramienta conceptual que nos ha permitido pensar los distintos niveles en los que opera la violencia y las relaciones que tienen entre sí
DIRECTA
Es la violencia visible. Se expresa en actos concretos de violencia física o psicológica. La violencia directa se presenta en acontecimientos específicos con víctimas y victimarios identificables
TRIÁNGULO DE LA VIOLENCIA
CULTURAL
Es la dimensión simbólica a partir de la cual producimos y reproducimos la otras dos formas de violencia. La violencia cultural es una constante que sermonea, enseña e incita la legitimación de los otros tipos de violenta
ESTRUCTURAL
Es la violencia que atraviesa el entramado de las relaciones sociales. Al ser un asunto de la estructural social, no hay un único agente identificable. La violencia estructural es un proceso en el que la asimetría de poder en las relaciones sociales produce oportunidades de vida desiguales
Estos distintos niveles están profundamente entrelazados entre sí. La apuesta por construir una cultura de paz pretende atender no solamente a la parte visible del problema, sino también a las relaciones sociales y el aparato cultural que subyacen a esas expresiones concretas de violencia directa
​MÉXICO, UN PAÍS VIOLENTO


En México, se ha implementado desde los últimos dos sexenios, una política de seguridad armada, por medio de una estrategia discursiva que promueve la guerra en contra del crimen organizado, particularmente contra el narcotráfico, con la finalidad de “garantizar la paz a las familias mexicanas”. Sin embargo, a partir de esta política, los procesos de violencia se han sofisticado, intensificado y expandido en todo el territorio nacional. Según diversas organizaciones sociales, en doce años de “paz armada” tenemos más de 250 mil personas asesinadas, cuando menos 35 mil desaparecidas y alrededor de 300 mil desplazadas forzadamente. Estas expresiones sistemáticas de la guerra son la cara visible de un contexto mucho más complejo de dominación y violencia.
La conformación de un orden social capitalista a nivel mundial fundamentado en el despojo, la explotación y la represión, nos ha llevado a vivir en condiciones de desigualdad e injustica tan grandes que, de acuerdo con la CEPAL, en México, mientras 53 millones de personas viven en situación de pobreza y 9 millones en pobreza extrema, “dos terceras partes de la riqueza están en manos del 10% más rico del país y el 1% de los muy ricos acaparan más de un tercio”.

250
mil
ASESINATOS
+
DESPLAZAMIENTOS FORZADOS
300
~
mil
+
35
mil
DESAPARICIONES
En este contexto, el terror instalado a causa de la inseguridad, desarticula y descompone los diversos tejidos sociales: se forman sociedades en las cuales es más fácil criminalizar y crear enemigos públicos en lugar de organización política para buscar condiciones de vida más dignas, y se reproduce una cultura de impunidad que normaliza la injusticia y lo inhumano. La guerra -estamos convencidas- no es algo ajeno a nuestras situaciones concretas de vida. La violencia se produce, propaga y legitima en la cotidianidad de nuestras interacciones sociales; aquello que parece impenetrable, en realidad depende de esas relaciones que suceden en nuestro día a día. Por eso, tomar consciencia sobre cómo es que cooperamos con ellas, es el primer desafío en la construcción de una cultura de paz.
COOPERACIÓN




Reconocer que la violencia se gesta en las relaciones sociales y las expresiones culturales que producimos y reproducimos en nuestras interacciones cotidianas pone sobre la mesa la forma en que nosotras mismas cooperamos con la generación y legitimación de la violencia. La apuesta por construir una cultura de paz es una apuesta por identificar y denunciar esas formas de cooperación con prácticas violentas, para poder transformarlas en relaciones de cooperación que busquen la consolidación de sociedades humanas más justas.
Vivir en paz va más allá de vivir en un estado de seguridad y tranquilidad. La cultura de paz a la que nosotras nos referimos tiene que ver con construir otro tipo de relaciones más humanas y justas en todas las dimensiones de la vida; es un ejercicio de darle forma a lo político, de construir colectivamente nuestra sociedad.
Cooperar con la construcción de paz acarrea consigo un proceso constante de humanización: tanto con respecto a nosotras mismas, como con las demás. El orden social imperante reproduce la ficción de un mundo atómico, regido exclusivamente por la agencia individual. Esa perspectiva tiene como consecuencia la desarticulación de lo político; merma las posibilidades de constituir una verdadera comunidad. Avanzar en la construcción de una cultura de paz es hacerle frente a esa realidad. Eso es precisamente lo quiere decir para nosotras trabajar en un proceso constante de humanización. De lo que se trata es de cooperar para construir nuestra vida comunitaria.
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Claramente, esa no es una tarea individual. Así como la violencia aparece como el resultado de relaciones sociales, la paz genuina no puede llevarse a cabo con el cambio de una sola persona. La construcción de paz es una construcción necesariamente colectiva. Para avanzar por ese camino, nosotras hemos identificado dos importantes principios de trabajo que intentan romper con las asimetrías que caracterizan a nuestras sociedades jerárquicas contemporáneas.

PRINCIPIOS DE PAZ
Nuestra práctica parte de dos principios interrelacionados, los cuales sustentan y atraviesan todo nuestro proceso de trabajo; son nuestro punto de partida y hacemos un esfuerzo por construirlos continuamente en cada intervención
REALIDAD
El principio de realidad es un punto de partida que busca identificar las situaciones concretas de vida y las posibilidades reales de transformación de los contextos en los que intervenimos. Este principio de construcción de paz exige un ejercicio de situación espacial y temporal, que pretende atender al bagaje histórico, económico, ecológico, social y cultural de las situaciones en donde participamos.
Como tal, es un elemento fundamental para la construcción colectiva y significativa de conocimiento. En los talleres comunitarios, por ejemplo, el principio de realidad nos posibilita trabajar sobre aspectos concretos de las vidas de los participantes y proponer alternativas pertinentes de transformación que respondan a las necesidades gernuinas de cada comunidad.
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El principio de realidad es una alternativa a esas estrategias educativas que parten de ideas y reflexiones preconcebidas. La intención es desnaturalizar esas aproximaciones en las cuales se espera un resultado determinado de antemano que no necesariamente responde al contexto, intereses, valores y proyectos de las comunidades que participan en un proceso de construcción de paz.
IGUALACIÓN
El principio de igualación busca generar condiciones de igualdad en las relaciones entre personas. Este principio de construcción de paz implica llevar a cabo un proceso de descentramiento, un ejercicio de voltear a ver y escuchar a los demás. La intención es posicionarnos ante las demás personas como iguales. Estamos convencidas que el proceso de igualación es un paso fundamental para generar condiciones de verdadera cooperación.
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La instalación y el fortalecimiento continuo de este principio permite tejer relaciones sociales más autónomas y es fundamental para construir conocimiento de manera colectiva.
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Reconocemos y valoramos la diversidad, por lo que el principio de igualación es un intento de que las diferencias existentes entre las personas, no influyan de manera negativa en nuestras oportunidades de participar y colaborar. El principio de igualación no niega ni busca eliminar la diversidad; por el contrario, es a través del respeto a las diferencias que se rompe con las relaciones asimétricas, tanto entre talleristas y participantes, como entre las mismas personas participantes, y nos coloca en igualdad de posibilidades para cooperar.
El principio de realidad y el principio de igualación se construyen de manera conjunta e interdependiente. Por un lado, al reconocernos como iguales en la construcción de conocimiento, fomentamos que el espacio sea de confianza y respeto, lo que facilita la construcción del principio de realidad. Así mismo, el principio de realidad favorece el principio de igualación, ya que al sentar las bases de las problemáticas que compartimos y reconocer que tenemos un piso común, nos igualamos y hacemos posible una cooperación genuina. Ambos funcionan, de ese modo, como principios de trabajo sumamente importantes para la construcción de una cultura de paz.
PERSPECTIVA TEÓRICA
Nuestra apuesta por la construcción de una cultura de paz implica la creación constante de conocimiento colectivo original. Cada intervención, estudio o acción de protesta exige, desde nuestra perspectiva, la reflexión comunitaria y la consolidación de nuevos conocimientos que respondan a las situaciones concretas en los que surgen. En ese sentido, el camino de la paz no es uno de recetas determinadas de antemano, sino un proceso continuo, siempre colectivo, que avanza en función de las situaciones particulares de vida y las estrategias de cooperación que en cada caso se implementen.
Aun así, es importante reconocer que hemos recuperado muchas de nuestras herramientas teóricas del pensamiento de personas como:
Pietro Ameglio Patella
Juan Carlos Marín
John Paul Ledereach
Vincenç Fisas
Iris Marion Young
Paulo Freire
Johan Galtung
Jean Piaget
Mahatma Gandhi
Pierre Bourdieu
Michel Foucault
Stanley Milgram
Hannah Arendt
Elias Canetti
Karl Marx
Desde nuestra perspectiva, sin embargo, la verdadera tarea comienza cuando se llevan esos trabajos a la interpretación y transformación de realidades concretas. De lo que se trata es de la apropiación, resignificación y aplicación de la teoría para responder a las exigencias de los contextos específicos de vida de las personas. En ese sentido, nuestra perspectiva teórica no involucra una simple réplica de otros pensamientos, sino la creación de conocimiento original a partir de la reflexión situada y colectiva.